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Hace mucho que no paso por aquí. Estoy liada con mi nueva profesión de enfermera, estilista, cocinera, chófer, maestra, cantante, cuentacuentos, cajero automático... Vamos, madre. Y ahora que el chiquitín ya no lo es tanto y empieza a dejar ratos libres (un minuto y medio, quizá dos), pues he querido desempolvar este escaparate que lo tengo hecho una pena y no puede ser. Y qué mejor manera que con una sesión de familia de esas que salen tan bien que te dura el subidón todo el día. De repente la luz, los niños, los padres, son todos ideales y tú estás en el momento justo y con todo preparado. 

Pero es que además, que años después de montar a Noa en su globo, sus papás te llamen para que les hagas fotos con el nuevo miembro de la familia, provoca una emoción sólo comparable a cuando unos novios te llaman para que retrates su embarazo.

Son guapos, vitales, divertidos, relajados, y eso se nota y lo hace muy fácil todo. Me dan las gracias y qué va, soy yo quien ha de dárselas, porque se prestan a todo incluso proponen un montón de poses geniales y locas. Siempre es un placer verles, y capturar una mañana en sus vidas, un privilegio.

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