En respuesta al interés que despertó el post de protocolo en el banquete, he querido hoy escribir sobre las invitaciones.
La manera de convidar a un evento está experimentando también ciertos cambios como consecuencia de que ahora los anfitriones son los novios y no tanto los padres (en cuanto a quién paga y organiza), como comentaba en aquel artículo.
Antes, el tarjetón típico venía encabezado por los nombres de los padres del novio y de la novia en las esquinas superiores, puesto que ellos eran quienes pagaban, organizaban y, por tanto, invitaban. Hoy en día, las parejas modernas se erigen en anfitriones de su evento y optan por soluciones en las que no aparece referencia alguna sobre sus progenitores.
El sentido de la invitación es informar de que se espera y desea la asistencia de la persona a quien se le da, así como de la fecha, hora, lugar y la etiqueta (si procede). También ha de indicarse si se va a celebrar con un cóctel (cada vez más en boga) o una comida o cena, y dónde, adjuntando un pequeño plano.
Según el tipo de evento, el envío o entrega se hará con un plazo más o menos amplio. Para las bodas, se estima correcto entre mes y medio y tres meses antes, si bien hay que tener en cuenta que si hay gente que viene de fuera, lo mejor es hacérsela llegar lo antes posible para que puedan organizar su viaje y estancia en el lugar donde vayáis a casaros.
En la actualidad, hay una amplísima oferta y se pueden encontrar invitaciones en papel, en latas, en probetas o incluso en vídeo. Os recuerdo que si queréis una invitación audiovisual, ¡yo os la puedo hacer! Cada día está más de moda invitar “virtualmente”, por medio de correo electrónico –con el consiguiente ahorro de papel para el bolsillo y el planeta-, sin embargo, todavía es corriente tener invitados no tecnológicos (¡Yayo! ¡Tú ya no cuentas!), y es preferible grabarla en un dvd al menos y, para mayor seguridad, acompañarlo de una tarjeta.
Os recuerdo la mía.
La duda y la polémica llegan con la inclusión o no del número de cuenta. En primer lugar, invitar es un acto totalmente contrario a pedir dinero, con lo que no es correcto reseñar número de cuenta alguno. Se supone que invitamos a la gente a la celebración de nuestro matrimonio de la misma manera que si quisiéramos festejar nuestro cumpleaños. Obviamente, se espera un regalo por parte de los convidados, que se estima será proporcional al hecho al que se le invita, pero eso no da derecho alguno a pedirlo según le informas de que quieres que asista. A mí me parece una aberración invitar poniendo la mano, porque eso no es invitar, por mucho que uno espere que en deferencia a ese convite el otro tenga a bien hacer un regalo. Antiguamente, los novios salían del hogar paterno al casarse, por lo que eran habituales las listas de boda. Con eso de que ahora la mayoría de las parejas que contraen matrimonio ya conviven juntas o están independizadas, las listas de boda se han ido haciendo ficticias. Esto no me parece elegante tampoco. Es más, me parece que estás engañando conscientemente a aquella persona allegada con la que quieres celebrar tu boda.
Los invitados a una boda, y más en estos tiempos, saben que los novios quieren (o necesitan) dinero y no un jarrón chino, y cada uno aportará lo que buenamente entienda o pueda. Siempre se ha dado dinero y nunca se ha facilitado un número de cuenta. Eso no es moderno, es una falta de educación. No me imagino llamar a mi amiga para invitarla a mi cumpleaños y decirle al mismo tiempo que me tiene que traer un regalo.
Como no termina de cuajar ese interminable número en el bonito tarjetón que los novios escogen, empiezan a aparecer las invitaciones con tarjetita de visita aparte donde ya aparece recogido. Esto tampoco me convence. Es el motivo de darlo a conocer en el momento mismo de la invitación lo que no es correcto.
Nacho y yo, por ejemplo, lo hemos incluido en la web de la boda, muy práctica y común entre los casamientos actuales. Sabemos a ciencia cierta que mucha gente no ha entrado porque no están muy duchos en redes y nuevas tecnologías, otros por pereza u olvido, pero no nos preocupa; pueden preguntarnos qué queremos a nosotros o a nuestros padres (como se ha hecho siempre y, como de hecho, está sucediendo).
Una cosa está clara: aunque se espere dinero para afrontar los gastos de un evento de tal magnitud, la verdad es que no es protocolario pedirlo.
Y en cuanto a la forma… ¡Las hay tan originales! Podéis optar por un estilo clásico o más innovador, pero intentad que refleje vuestra personalidad. La invitación en sí COMUNICA y, por tanto, hay que cuidar esa comunicación, de lo que se deriva toda la reflexión anterior. Y lo mismo ocurre en este sentido. En una formal de un acto institucional o corporativo, se incluiría el logotipo. En este caso, el logotipo es la imagen que nosotros proyectamos o queremos proyectar. De este modo, debemos elegir la invitación que vamos a entregar. Eso sí, elijáis el modelo que elijáis, que vaya en un sobre donde escribáis a mano el nombre de la persona a quien va dirigida. Es un toque personal necesario en este tipo de eventos (y otros, de otros ámbitos), para transmitir cercanía y que vemos a la otra persona (y su asistencia) tan especial como para perder nuestro precioso tiempo escribiendo su nombre.
Os dejo aquí más invitaciones originales que he encontrado: