Hoy soy incapaz de imaginar un día en el que el pecho ya no me duela, y sólo ansío rebobinar hasta cualquiera de esas mañanas en que me daba de desayunar un "ensopao" de leche con galletas mientras me contaba el cuento del zapatero y los duendes de los Hermanos Grimm. A mí me gustaba que me lo diera, aunque ya fuera mayor, y a ella no le importaba. Eso sí, se asombraba porque todos los días quería ¡el mismo cuento! Ella sabía más, claro, pero a mí me gustaba cómo contaba ese. No hace mucho le dije a mi marido que quería grabarla relatándolo, y también sus historias de la guerra y de su juventud porque algunas son de película y yo tengo muy mala memoria. No me ha dado tiempo, y ahora me asusta olvidarme de todo, en especial de su voz.
Mi abuela me llama "garbancita", y me reprende con un "anda, que te que te", me cuenta hasta 5 veces lo mismo en una llamada de teléfono y dice "tasissssss" en vez de "taxi", que le hace mucha gracia a Nacho. Hace un pollo al limón que cura yagas y le entusiasma el anís. Le encanta juntarnos a todos y ha logrado que seamos una familia unida. No distingue entre propios y extraños. El que entra a su casa, es ya uno más.
Y esa sonrisa, enorme, pícara. Y ese corazón.
Y todo lo hace pensando en nosotros, sus hijas, nietos y yernos. Si sospecha que quieres o necesitas algo, ya lo tienes. No es quejica ni vaga, y siempre nos ha impulsado a aprender lo que ella no ha podido.
Mirando sus preciosos ojos azules, nada me asustaba. Y ahora no puedo mirarlos. Me aterra que todo esto sea verdad y que se vaya esfumando su olor.
No tengo muy claro dónde está, por eso a veces hablo de ella en pasado y a veces en presente, pero sea donde sea espero que haya cocina y mucho ajo, que a ella le encanta. A lo mejor está leyendo el blog por primera vez...
No sé cómo se hace. Dicen "tranquila, se te pasará". Pero yo no quiero que se me pase, como si fuera un vulgar catarro. Yo quiero verla, escucharla, pensar "cómo se enrolla", oír alguna historieta por enésima vez y que me plante un buen beso. Por supuesto, no puede faltar una buena comilona de las que no se digieren en un sólo día.
Pude decirle cuánto la quería y cogerle la mano. No sé si se enteró, pero espero que sí, porque aproveché además para pedirle que me hiciera algún tipo de señal de que estaba bien y me veía. Espero con todo mi alma que se acuerde del cuento del zapatero y me encuentre algo al despertar.
Yaya, eras (eres) guapa por fuera y por dentro. Este vacío tan grande que dejas va a ser imposible llenarlo. Por suerte nos has dejado a todos tantas imágenes y buenos recuerdos que creo podremos hacer algún un apaño.
No me despido, que eso es para los que se van.