El otro día os hablaba de Elsa Punset, y hoy quiero compartir con vosotros los estudios que su padre, Eduard Punset ha dedicado a la química del amor, que revelan que se trata de una enfermedad transitoria.
Nada de romanticismo... ¡Todo es química!
Al parecer, lo que hace que reparemos en una persona determinada son una serie de mapas mentales que nos creamos ya entre los 5 y los 8 años, como resultado de nuestras interacciones con otras personas o las relaciones que vemos entre ellas. Nuestro organismo entra entonces en ebullición. A través del sistema nervioso el hipotálamo envía mensajes a las diferentes glándulas del cuerpo ordenando a las glándulas suprarrenales que aumenten inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina.
Sus efectos se hacen notar al instante:
- El corazón late más deprisa (130 pulsaciones por minuto).
- La presión arterial sistólica sube.
- Se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
- Se generan más glóbulos rojos que mejoran el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.
El verdadero enamoramiento sobreviene cuando se produce en el cerebro la feniletilamina, compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas.

¡Cuidado con liberar oxitocina porque sí!

Vamos, que estar enamorado es tener un colocón de sustancias que nos hacen ver chirivitas y hacer cosas impensables en otros momentos de nuestra vida. Por suerte, este "estado de imbecilidad transitoria", como denominó Ortega y Gasset el enamoramiento, es transitorio, y lo es por pura supervivencia. Menos mal que el cuerpo es muy sabio.
Su actividad perdura de 2 a 3 años, incluso a veces más, pero al final la atracción bioquímica decae necesariamente, o no podríamos trabajar ni criar a nuestros hijos en ese estado de alelamiento. El hipotálamo entonces libera vasopresina y oxitocina, responsables de los lazos de cariño que establecemos con la pareja y nuestros niños, en un estado de calma al fin.
Helen Fisher, antropóloga, afirma que el amor y el odio son mecanismos exactamente iguales y que lo contrario a ellos es la indiferencia.
Cuando no somos correspondidos o nos abandonan, sentimos una profunda ira y tristeza, por el descenso de dopamina, pero sólo hasta que llega el día en que por fin nuestro organismo "decide" que no puede permitirse tanto desgaste energético. Y volvemos a activar el modo de búsqueda.
Uno de nuestros grandes dramaturgos, Jacinto Benavente, se expresó nítidamente en este sentido y comparó el amor con Don Quijote: "cuando recobra el juicio es para morir".
Os dejo aquí el reportaje que emitieron en Redes llamado La química del amor, de donde he extraído la información, porque creo que es muy interesante.
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