Estoy sobrevolando Fargo, lo que hace que hasta el vuelo sea muy cinematográfico. Cuando os escribo, viajo a más de 11.000 metros de altitud y a casi 800 kilómetros por hora; llevo exactamente 10 horas en el avión, me quedan otras 3 y estoy sumida en el más profundo de los hartazgos. He visto una película, comido, leído una revista, merendado, preparando la estancia en Nueva York (era los únicos itinerarios que nos faltaban por planificar), hasta he paseado por la cabina y echaado una cabezada, pero empiezo a desesperar. Por eso precisamente me acuerdo del blog, porque para eso es, para pensar en las cosas que me gustan para ahuyentar así cualquier mal que planee por encima de mí.
He de reconocer que no se me está haciendo tan tedioso como pensaba, pero acuso un cansancio de dos noches muy intensas y necesito pisar tierra y meterme en una camita cómoda durante muchas horas seguidas.
Puedo afirmar, por tanto, que las primeras horas de mi luna de miel son una carga bastante pesada. Y no es un sentir exclusivamente mío. En los veintipocos pasos que he podido dar por los pasillos del avión, he reconocido otras parejas de viaje de novios. No soy adivina ni detective, pero bastan un par de pistas para dar en el clavo. No es que se miren acaramelados ni se besen sin cesar; no es que se miren durante horas; no es que comenten anácdotas del enlace. No. Sólo hay que ver que están cansados (con un cansancio acumulado durante meses) a la par que relajados como nunca. El otro ingrediente para el éxito en las pesquisas es ¡la manicura francesa!
Ya sé que no sólo la lucen las novias, pero podría asegurar que en este avión las que la llevan son todas recién casadas y que no he visto con ella a ninguna otra mujer de otro estado civil o que no esté estrenando uno. Curioso, ¿no?
Sé que me he saltado comentar la boda, pero creo que merece contarse otro día con mejor disposición. Por supuesto, estoy encantada aunque a la vez un poco triste. Me faltaron horas y paciencia para disfrutar de todo el mundo. Finalmente comprobé que, por mucho que te lo propongas, no puedes estar con 150 personas en un puñado de horas. Tengo la sensación de no haber estado absolutamente con nadie, bueno, sí, con los niños (es increíble la fascinación que despierta el tul en ellos y yo llevé un montón de metros) y me apena mucho. Quería y tenía mucho que decirles a muchos de los seres queridos que me acompañaban, pero no tuve ocasión. Además, nos cambiaron al maitre ese día y no sabía absolutamente nada de todo lo que habíamos preparado y colocó las mesas como le vino en gana, pese a tener a su disposición el plano y la numeración correcta.
La aparición de varios imprevistos y la mala predisposición de este señor que no hacía más que venir a agobiarnos y contarnos o ponernos problemas atentaron seriamente contra mi alegría. Menos mal que tenía de sobra pero, si os soy sincera, no disfruté tanto mi día como me hubiera gustado. Y me entristece. Sobre todo porque había pasado una mañana estupenda, tranquila y contentísima, saboreando cada minuto con mis padres y mi hermana, cada tirón de pelo con Marta, cada sorbo de albariño y cada canción que pusimos. Y por culpa de un maitre antipático que no sólo no colaboró con nuestra organización, sino que se erigió en enemigo, mi actitud positiva hizo mutis por el foro. Novias, novios, no seáis como yo e intentad mantenerla en todo momento. Yo iba mentalizada para hacerlo, pero en el momento del examen, olvidé cómo se hacía. Así que yo también soy culpable de no haberme dejado disfrutar más. Tomo buena nota.
Han pasado tres cuartos de hora desde que empecé a escribir. Estoy durmiéndome y voy muy lenta porque, aunque diga el monitor que en Los Ángeles son las dos y cuarto de la tarde, para mí son más de las once de la noche, después de haber dormido unas 6 horas en total los dos días pasados y me rindo por hoy.
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